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OSOS Y RESERVAS

El oso Camille vivió durante doce años, desde 1998 hasta 2010, entre la zona de Aspe-Ossau, en Francia, y los valles navarros de Belabartze y Belagua. En territorio foral mató a más de 600 ovejas y recorrió algunos de los parajes más mágicos de la comunidad. Hace más de seis años que nada se sabe de él. Ahora, vamos a recorrer los rincones que el oso más famoso de Navarra convirtió en su hogar.

 

Hora y media en coche nos separan del inicio de la ruta. Conducimos hasta Isaba y continuamos por la NA-137 hasta salir por la NA-2000. Al llegar a una gran nave de uralita y tejado rojo, paramos. En su interior, descansan las ovejas de Joaquín Garde. Su rebaño y el de su tocayo, Joaquín Anaut, fueron los más afectados por el hambre y la ferocidad de Camille. Aparcamos junto a la construcción y nos preparamos para iniciar la marcha. Cantimplora, ropa cómoda y los cordones de las botas bien atados. Estamos en el centro de Belabartze, rodeados de escenas verdes, cantos de pájaros y olor a vida. Y a ovejas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pasamos la nave, llegamos al río que recorre el valle y lo cruzamos. Su caudal es tan escaso que apenas existe riesgo de tropezar; nadie se moja los pies. Casi en paralelo al río, avanza también la GR-11, que viene desde Isaba y tiene marcas blancas y rojas. La atravesamos y, apenas un par de minutos después, llegamos a una pequeña pradera con un hito formado por piedras; es el principio del camino.

 

Pasado el claro, nos adentramos en un bosque de hayas. Acaba de empezar la primavera y todavía hace frío así que nos abrochamos las chaquetas. Varios metros por encima de nuestras cabezas, los delgados troncos de las hayas dan paso a unas ramas todavía desnudas. En el suelo, las hojas se amontonan y crujen a cada paso que damos.

El camino dibuja un zig-zag que discurre entre los árboles. El desnivel es cada vez mayor, así que adecuamos el paso para que el corazón se mantenga en su sitio. Media hora después, las cuestas nos dan un respiro y llegamos a una zona casi llana y dominada por pinos viejos. En uno de ellos se ocultó durante años la cámara con rayos infrarrojos que se usó para fotografiar a Camille. En esa misma zona, dos vecinos de Garde realizaron el primer intento de sacar una foto del oso; construyeron una cámara casera. Tras conseguir una primera imagen, se la vendieron a Diario de Navarra por 300.000 pesetas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nos sentamos para recuperar el aliento y beber de la cantimplora. El agua todavía está fresca. Veinte minutos después llegamos a un pequeño valle situado a 1.500 metros de altitud, con praderas suaves y una borda en ruinas. A su alrededor, el valle de Belagua y las montañas que lo cercan nos ofrecen las primeras vistas mágicas del día.

 

Tras atravesar la pradera, buscamos los hitos de piedra que marcan la subida por la roca. Cuidado los despistados con las aristas afiladas. La textura de las rocas facilita la adherencia de las botas; de nuevo, es casi imposible caerse. Ascendemos durante media hora y llegamos a una segunda pradera. Frente a nosotros está la la Cueva del Oso, un lugar en el que, según cuentan algunas versiones, hibernaba Camille. Es una cavidad enorme y poco profunda con restos de nieve. Hace ya años que ningún oso ocupa la Cueva del Oso ni ninguna otra en Navarra; solo quedan dos osos pardos en el Pirineo Occidental. Después de visitar la cueva, tomamos un tentempié y volvemos al coche. Podríamos seguir hasta la cima de Ezkaurre, pero aún queda mucho por hacer, así que deshacemos el camino andado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De nuevo en el coche, continuamos por la NA-2000 hasta el Camping de Zuriza, el rincón perfecto para comer. Hace sol y el frío nos ha dado un respiro, así que nos sentamos a disfrutar del bocadillo. Pronto volvemos al coche para reanudar la ruta. En vez de seguir por la NA-2000, conducimos por la carretera que discurre paralela al río Veral. 4,6 kilómetros después, llegamos al refugio de Linza, aparcamos y nos preparamos para andar de nuevo. Queremos ver Aztaparreta, una de las tres reservas integrales de Navarra.

 

Rodeamos el refugio por la derecha y cruzamos un puentecito que nos conduce hasta un sendero amplio. Poco después, giramos hacia la izquierda en un desvío marcado por un hito. Caminamos por un sendero estrecho, con marcas rojas y rodeado de cientos de abetos y hayas, los árboles reyes de la reserva. El camino llano se convierte en cuesta hasta que llegamos al collado de Aztaparreta, donde giramos otra vez a la izquierda. Ascendemos un poco más y desembocamos en una explanada donde los árboles se dispersan. Enfrente, se divisa un camino empinado y poco marcado que nos lleva a otro, situado bajo la cima de Txamantxoia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al empezar la ascensión del monte el paisaje cambia. Los árboles dan paso a un entorno dominado por las rocas. El camino está indicado por hitos hasta que comienza una zona de hierba. Entonces, giramos a la izquierda y subimos por la hierba hasta alcanzar nuestra meta. El esfuerzo ha merecido la pena; el viento nos da en la cara y miramos a nuestro alrededor mientras recuperamos el aliento. Nos quedaríamos allí para siempre, pero el atardecer se acerca y es hora de volver. Esta vez, bajamos el monte hasta llegar a un sendero paralelo al valle de Anso. Seguimos los hitos por un camino lleno de barro. El sendero no tiene pérdida. Un rato después, llegamos a la carretera que conduce al refugio de Linza. El coche está a 300 metros. Soñando con la ducha, nos descalzamos y ponemos la música a todo volumen: volvemos a casa satisfechos. Decenas de paisajes imborrables se acumulan en nuestras retinas.

 

 

Lucía Gastón

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