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LA DAMA ROJA

Íñigo García

Además, a Mari se le asociaba el relámpago, por lo que en los pueblos de Navarra y País Vasco existía la costumbre de colocar un hacha en el portal de casa, con el filo mirando hacia arriba, cada vez que se aproximaba una tormenta. De este modo, se pensaba que el rayo no caería sobre el hogar. Según los escritos del etnógrafo y arqueólogo José Miguel de Barandiarán esta creencia se encuentra también en la cultura indoeuropea, y no solo en la vascona.

 

Mari vivía bajo tierra y salía a la superficie por las cuevas y simas. Solo se podía entrar a sus moradas si ella daba permiso y siempre había que tutearla; quien no lo hiciera sería cruelmente castigado. Tampoco estaba permitido sentarse en su presencia y nunca se le podía dar la espalda. En las muchas leyendas que protagoniza, se sitúa su residencia en Anboto (Vizcaya), donde residía siete años para después exiliarse; al tiempo regresaba y permanecía allí otros siete años. Por ello, también se la conoce como “La Dama de Amboto”. Los objetos y mobiliario de oro que posee la Dama se transformaban en madera podrida cada vez que un ladrón intentaba apoderarse de ellos. Los campesinos que vivían cerca de sus moradas solían dejar ofrendas para que protegiera sus rebaños y cosechas, según el historiador Olivier de Marliave.

 

 

La Iglesia de San Esteban de Urbicáin se construyó en lo que se pensaba que era una de las moradas de Mari, la divinidad suprema de la mitología vascona. Así lo creía el ya fallecido historiador y etnógrafo José María Jurío, que además aseguraba que el antiguo retablo del templo no estaba dedicado a la Virgen Maria, sino más bien a la diosa vascona.

 

Para los antiguos vascones, Mari estaba por encima de todos los seres, siendo la reina de la naturaleza y de todos sus componentes. Gracias a su poder había equilibrio... Cuando se acercaba, se anunciaba una tormenta. En muchos lugares se acudía a Mari para pedir que ahuyentase al granizo. Ella era la diosa de la justicia, defensora de la honradez y premiaba a las personas bondadosas. También castigaba a quienes mentían, robaban o no creían en su existencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En la mayor parte de las leyendas se representa a Mari como una mujer hermosa vestida de rojo, aunque puede cambiar su forma. Esta dama aparece en diversas situaciones: en Durango (Vizcaya) sosteniendo en sus manos un palacio de oro; en Amezketa (Guipúzcoa) se la ha visto surcando el cielo con un carruaje tirado por cuatro caballos; en Oñate, sobre un carnero, como una bola de fuego, etc. También cambia la versión del nombre de su esposo: en Oñate (Vizcaya) sería un genio llamado Majue, pero en la mayoría de los sitios se atestigua que es Sugaar (una serpiente gigante). Sus dos hijos en todas las versiones son Mikelats y Atarrabi, que vendrían a ser algo parecido al Abel y Caín vascones. No obstante, en unos pocos lugares, como Ataún (Vizcaya) o Arano (Navarra), se alude al casamiento de Mari con un mortal, un joven del caserío Burugoena de Beasiain (Guipúzcoa), con el que tuvo siete hijos. Pero al intentar que Mari entrase a una iglesia para bautizar a sus hijos, voló envuelta en llamas hacia su morada en Murumendi mientras decía: “nee umek zeruako, ta ni oían Muruako” (mis hijos para el cielo y yo ahora para Muru). Por otro lado, según unun relato del siglo XVI titulado “Livro dos Linhagens” del Conde don Pedro de Barcellos su esposo sería don Diego López de Haro:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para el filósofo Andrés Otriz-Osés esta leyenda muestra el choque de culturas entre el paganismo y el cristianismo, entre antigüedad y modernidad. Mari sería una metáfora de lo preindoeuropeo y precristiano, mientras que Diego López de Haro es el nuevo orden cristiano y la nueva política emergente de Castilla. Íñigo Guerra es el elemento civilizador y la mentalidad heroica, mientras que su hermana es la vieja cultura naturalista.

 

Mari a veces se ha asemejado a otras divinidades de la antigua Europa; no obstante, la figura de Mari pervivió durante la cristianización. Para Barandiarán el nombre de Mari provendría de la abreviatura de María, mientras que para Ostiz-Osés el nombre de la divinidad vasca provendría de Amari, Maya o Amaya (lo que la emparenta con ama, que significa madre en euskera).

Era don diego López de Haro muy buen montañero, y estando un día en la parada aguardando que viniese el jabalí, oyó cantar en muy alta voz a una mujer encima de una peña; y fuese para ella, y vio que era muy hermosa y muy bien vestida, y enamoróse luego de ella muy fuertemente y preguntóle quién era; y ella le dijo que era mujer de muy alto linaje, y él le dijo que pues era mujer de muy alto linaje que casaría con ella, si ella quisiese, porque él era señor de aquella tierra; y ella le dijo que lo haría, pero con la condición de que le prometiese no santiguarse nunca, y él se lo otorgó, y ella se fue luego con él. Esta dama era muy hermosa y muy bien hecha en todo su cuerpo, salvo que tenía un pie como de cabra. Vivieron gran tiempo juntos y tuvieron dos hijos, varón y hembra, y llamóse el hijo Iñigo Guerra. (…) Un día al santiguarse don Diego López de Haro cuando comía con su familia y que su mujer, al instante, saltó con la hija por la ventana del palacio, y fuese para las montañas, de suerte que no la vieron más ni a ella ni a su hija.

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