
EL GUARDIÁN DEL BAZTÁN
La primera parada a 40 minutos de la capital navarra, por la carretera de Almandoz que baja de Belate, y dejando atrás Berroeta y Aniz, es el pueblo de Ziga. En él destaca el edificio parroquial de San Lorenzo, conocido como la catedral de Baztán, que sobresale sobre el prado verde y casas blancas de tejados rojos.
Las calles de Irurita desprenden un olor agradable. Por ellas caminan ancianos; los pequeños están jugando en el frontón. A pesar de tratarse de la segunda población de Baztán por número de habitantes, el silencio de sus casas deja espacio para el trino de las aves, y los coloridos pensamientos decoran las ventanas.
Las calles de Irurita desprenden un olor agradable. Por ellas caminan ancianos; los pequeños están jugando en el frontón. A pesar de tratarse de la segunda población de Baztán por número de habitantes, el silencio de sus casas deja espacio para el trino de las aves, y los coloridos pensamientos decoran las ventanas.Entre las construcciones destacan los palacios y casas blasonadas, así como la iglesia de San Salvador, construida en 1739, por la que descienden las hiedras. Junto a ella conviven antiguas ventanas de madera destartaladas junto a edificios de gran magnificencia, como el palacio de Jauregizuria o el de los Duques de Goyeneche. Es un lugar apacible y con encanto que permite alejarse del gentío de la capital.
El siguiente objetivo es Elizondo, el pueblo donde Dolores Redondo encontró la inspiración para escribir la Trilogía del Baztán. Hay más vida en estas calles que en las de Irurita, pero es el río Baztán y no las gentes lo que capta la atención. Fluye bajo las casas que componen el pueblo creando una escena de reflejos digna de fotografiar.
Las tres calles principales, paralelas entre sí, componen el casco histórico de Elizondo, donde se levantan grandes palacios y otras viviendas típicas de la arquitectura popular. Desde los escaparates asoma el urrakin egina, el chocolate con avellanas enteras propio de la localidad baztanesa. Destaca la pastelería Malkorra, donde la inspectora Salazar, la protagonista de la trilogía, adquiere este dulce típico.
El último escenario de Elizondo antes de avanzar hasta el siguiente destino es el cementerio. Se trata de un lugar recurrente en El guardián invisible, que merece la pena ser visitado por el color de las flores de sus tumbas y por sus detalles, como el de un ángel de piedra.
Dejando atrás Bozate, el pueblo tradicionalmente maldito por la presencia de agotes, un grupo social marginado, se llega a Gorostapolo, el pueblo donde aparcar el coche para dirigirse a la cascada de Xorroxin. En las puertas de las casas se encuentra el eguzkilore, flor del Sol, que según la mitología vasca protege los hogares de los malos espíritus. A la derecha de la ermita Nuestra Señora la Dolorosa, donde venden queso de la zona, comienza el camino hacia la cascada. Se trata de un pequeño tramo de piedras grises rodeado de naturaleza que se introduce en el bosque.
En el camino pueden observarse rebaños de ovejas pastando, caballos, un par de bañeras abandonadas y una lápida. Entonces se llega a una bifurcación señalizada. El camino de la izquierda sigue por Inarbegi y el la derecha continúa hasta la cascada. Poco después, hay que cruzar un puente de piedra.
Continuando el camino llegamos a un puente un tanto peculiar que atraviesa el río. Se trata de un conjunto de maderas apiladas que hay que atravesar para llegar a las cascadas. Aunque parezca correrse el riesgo inevitable de darse un chapuzón, los troncos resultan bastante estables.Una vez alcanzas la otra orilla hay un tercer puente, también hecho de troncos, pero con una elaboración menos rudimentaria. Si lo cruzas, ya puedes disfrutar de la primera cascada de Xorroxin.Si continúas recto en la dirección del puente llegas a la segunda cascada, de mayor tamaño. Un lugar para olvidarse de los problemas y disfrutar de un espacio de tranquilidad con el fluir del agua.
Para volver a Gorostapolo e ir al último destino hay que deshacer lo andado. El último lugar que visitar, quizá el más impactante, es Gorramendi. Antiguamente en el monte se situó una base militar americana, de la que hoy apenas quedan restos. Sin embargo, lo importante de subir a Gorramendi son las vistas. Se pueden observar pottokas pastando, una raza de caballos de pequeño tamaño característicos de la zona. En 1996 la fundación FAO incluyó a esta raza en la lista de animales en peligro de extinción.
Desde lo alto de Gorramendi es posible divisar todo el valle del Baztán, enmarcado entre las montañas y el cielo nuboso. Tras las antenas que se encuentran en la cima, otra perspectiva permite observar, en la línea del horizonte, el mar cantábrico que alcanza las orillas de San Juan de Luz y Hendaya. En este último punto del recorrido es importante llevar ropa de abrigo porque el viento en lo alto de Gorramendi es muy intenso, llegándose a registrar en febrero rachas de 144 km/h. Un lugar para observar todo lo recorrido y sentirse en la cima del mundo antes de volver a casa.
Claudia Sorbet
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La primera parada a 40 minutos de la capital navarra, por la carretera de Almandoz que baja de Belate, y dejando atrás Berroeta y Aniz, es el pueblo de Ziga. En él destaca el edificio parroquial de San Lorenzo, conocido como la catedral de Baztán, que sobresale sobre el prado verde y casas blancas de tejados rojos.
Con el coche, continuamos por la carretera hasta llegar al Mirador de Ziga o Baztán, un pequeño balcón de piedra desde donde se pueden observar el paisaje natural y los pueblos que configuran el valle. Entre ellos se encuentran Irurita y Elizondo, los siguientes destinos.
Las calles de Irurita desprenden un olor agradable. Por ellas caminan ancianos; los pequeños están jugando en el frontón. A pesar de tratarse de la segunda población de Baztán por número de habitantes, el silencio de sus casas deja espacio para el trino de las aves, y los coloridos pensamientos decoran las ventanas.
Entre las construcciones destacan los palacios y casas blasonadas, así como la iglesia de San Salvador, construida en 1739, por la que descienden las hiedras. Junto a ella conviven antiguas ventanas de madera destartaladas junto a edificios de gran magnificencia, como el palacio de Jauregizuria o el de los Duques de Goyeneche. Es un lugar apacible y con encanto que permite alejarse del gentío de la capital.
El siguiente objetivo es Elizondo, el pueblo donde Dolores Redondo encontró la inspiración para escribir la Trilogía del Baztán. Hay más vida en estas calles que en las de Irurita, pero es el río Baztán y no las gentes lo que capta la atención. Fluye bajo las casas que componen el pueblo creando una escena de reflejos digna de fotografiar.
Las tres calles principales, paralelas entre sí, componen el casco histórico de Elizondo, donde se levantan grandes palacios y otras viviendas típicas de la arquitectura popular. Desde los escaparates asoma el urrakin egina, el chocolate con avellanas enteras propio de la localidad baztanesa. Destaca la pastelería Malkorra, donde la inspectora Salazar, la protagonista de la trilogía, adquiere este dulce típico.
El último escenario de Elizondo antes de avanzar hasta el siguiente destino es el cementerio. Se trata de un lugar recurrente en El guardián invisible, que merece la pena ser visitado por el color de las flores de sus tumbas y por sus detalles, como el de un ángel de piedra.
Dejando atrás Bozate, el pueblo tradicionalmente maldito por la presencia de agotes, un grupo social marginado, se llega a Gorostapolo, el pueblo donde aparcar el coche para dirigirse a la cascada de Xorroxin. En las puertas de las casas se encuentra el eguzkilore, flor del Sol, que según la mitología vasca protege los hogares de los malos espíritus. A la derecha de la ermita Nuestra Señora la Dolorosa, donde venden queso de la zona, comienza el camino hacia la cascada. Se trata de un pequeño tramo de piedras grises rodeado de naturaleza que se introduce en el bosque.
A la derecha de la ermita Nuestra Señora la Dolorosa, donde venden queso de la zona, comienza el camino hacia la cascada. Se trata de un pequeño tramo de piedras grises rodeado de naturaleza que se introduce en el bosque. En el camino pueden observarse rebaños de ovejas pastando, caballos, un par de bañeras abandonadas y una lápida. Entonces se llega a una bifurcación señalizada. El camino de la izquierda sigue por Inarbegi y el la derecha continúa hasta la cascada. Poco después, hay que cruzar un puente de piedra.
Continuando el camino llegamos a un puente un tanto peculiar que atraviesa el río. Se trata de un conjunto de maderas apiladas que hay que atravesar para llegar a las cascadas. Aunque parezca correrse el riesgo inevitable de darse un chapuzón, los troncos resultan bastante estables.Una vez alcanzas la otra orilla hay un tercer puente, también hecho de troncos, pero con una elaboración menos rudimentaria. Si lo cruzas, ya puedes disfrutar de la primera cascada de Xorroxin.Si continúas recto en la dirección del puente llegas a la segunda cascada, de mayor tamaño. Un lugar para olvidarse de los problemas y disfrutar de un espacio de tranquilidad con el fluir del agua.
Para volver a Gorostapolo e ir al último destino hay que deshacer lo andado. El último lugar que visitar, quizá el más impactante, es Gorramendi. Antiguamente en el monte se situó una base militar americana, de la que hoy apenas quedan restos. Sin embargo, lo importante de subir a Gorramendi son las vistas. Se pueden observar pottokas pastando, una raza de caballos de pequeño tamaño característicos de la zona. En 1996 la fundación FAO incluyó a esta raza en la lista de animales en peligro de extinción.
Desde lo alto de Gorramendi es posible divisar todo el valle del Baztán, enmarcado entre las montañas y el cielo nuboso. Tras las antenas que se encuentran en la cima, otra perspectiva permite observar, en la línea del horizonte, el mar cantábrico que alcanza las orillas de San Juan de Luz y Hendaya. En este último punto del recorrido es importante llevar ropa de abrigo porque el viento en lo alto de Gorramendi es muy intenso, llegándose a registrar en febrero rachas de 144 km/h. Un lugar para observar todo lo recorrido y sentirse en la cima del mundo antes de volver a casa.
Claudia Sorbet






