
EL ALMA DE IZAGAONDOA
“Trabajé mucho a lo largo de mi vida, pero disfruté más aún”. Desiderio Martínez Orradre, de 85 años, es una de las últimas personas nacidas en Beroiz. El municipio es un pueblo fantasma del que solo quedan las ruinas que reflejan el paso de los años.
Hace medio siglo, Beroiz era un lugar lleno de movimiento. Hoy, cincuenta años después de que se fuese su último habitante, ya nadie pasa por allí. Las paredes de las casas se caen y solo quedan las ruinas del que fue durante décadas el alma del Valle de Izagaondoa.
Ahora hay una carretera que antes no existía. Los acontecimientos importantes llegaban al pueblo a través de las cabalgaduras. Cuando se produjo el levantamiento militar en 1936, una caballería iba de pueblo en pueblo por todo el Valle anunciando el comienzo de la Guerra Civil. Y cuando el bando nacional se hacía con una ciudad, las campanas de todos los municipios repicaban.
Para la familia Martínez estas dosis de información no eran suficientes así que su padre, Javier Martínez, leía el periódico cada mañana. Pero la gran nevada de 1945 dejó incomunicado durante casi dos meses al pueblo. “Para mi padre fue mucho tiempo sin saber nada de lo que ocurría más allá del Valle, así que en cuanto la nieve se derritió, cogió el primer autobús que llegó a Beroiz y se fue a Pamplona, donde compró la primera radio de todo Izagaondoa”, cuenta Desiderio.
Bailador, dicharachero y músico. Así define Gloria Eslava, de 81 años, a su marido Desiderio. Desiderio aprendió a tocar la guitarra con sus hermanos, que alegraban las noches de fiesta. “Tocaban como los ángeles”, comenta Gloria. Fue en uno de esos festejos donde Desiderio, con apenas 16 años, decidió sacar a bailar a Gloria, de doce. “Cuando llegué a casa, mi hermana Pilar le dijo a mi madre que había estado bailando con Desiderio y me castigó sin ir al día siguiente a las fiestas, pero me escapé y estuve bailando toda la noche con él”.
Una mañana de noviembre, Desiderio, apoyado en su bastón, vuelve a Beroiz. Está nervioso y, después de mirar el reloj, dice: “Tardaremos unos treinta minutos en llegar al pueblo”. Cuando el coche entra en Izagaondoa, recuerda cómo se construyó la carretera serpenteante que lleva hasta Beroiz. “Tres años tardaron en hacer este camino que llega hasta Lumbier. Lo hicieron con pico y pala. Ahora se haría en dos días”.
Desiderio nombra cada pueblo. “Zuazu, Reta, Ardanaz…”. Al dejar atrás Iriso, la última localidad antes de llegar a Beroiz, se incorpora y mira el reloj: “Justo lo que yo había dicho, treinta minutos”.Bastón en mano, se pone en marcha para llegar al que fue su hogar. Por el camino, señala una iglesia en lo alto de la ladera de Izaga. “Hasta ahí íbamos cada primavera para celebrar la romería de San Miguel de Izaga. Subíamos hasta la iglesia de Zuazu con las cruces, cantando las letanías”.
Al llegar a la explanada, señala con el bastón lo que antes era su casa: “Ahí vivía yo”. A los piesdel edificio, se amontonan las piedras desplomadas por la falta de cuidado y los robos. “Dentro de la casa estaba el horno para hacer el pan junto con la amasandería. En la parte de abajo era donde guardábamos el rebaño y las caballerizas. En la tercera planta estaban el resto de dormitorios”, explica.
En Casa Nueva, la de la familia Martínez, estaba la bodega, de estilo románico; Hoy solo queda en pie la torre. Desiderio pasó muchas horas haciendo vino. “Fabricaba de dos tipos: el bueno y el malo. Una vez, cogí un garrafón y me lo llevé al confesionario de la iglesia. Solo sabía yo que eso estaba allí, así que de vez en cuando iba y le daba un sorbo para alegrarme el día”, recuerda.
Desiderio, de camino hacia la iglesia, mira a su alrededor y murmura: “Nueva York al lado de esto es una birria”. Es el edificio que mejor se conserva, aunque el suelo está destrozado. “Seguramente vinieron los vándalos y levantaron las piedras en busca de oro, porque antes se enterraba aquí a los muertos”. La iglesia, dedicada a la advocación de San Martín, tenía un coro y un campanario. “Teníamos una imagen de una Virgen y otra de Santa Catalina”. Varios representantes del obispado fueron a Beroiz para convencerles de que lo mejor era llevarse la figura de Santa Catalina al Museo Diocesano. Pero la familia Martínez no aceptó. En 1962, cuando el marqués de Jaureguizar era dueño del pueblo, la imagen fue trasladada al museo.
“Trabajé mucho, pero no lo cambiaría”, dice Desiderio mientras deja atrás su casa. Con el cayado señala una ladera que rodea la cuenca de Beroiz. “Desde allí bajamos el agua a base de pico y pala. Conseguimos tener agua corriente en toda la casa, un lujo en aquella época, sobre todo en invierno...”, afirma satisfecho. Cuando llega la hora de volver, Desiderio agarra con fuerza el bastón para no tropezar. Comienza a caminar cuidadosamente entre las hierbas que cubren lo que en su día fue un camino de piedras. No ha llegado todavía al coche cuando añade: “Pronto volveremos”..
Blanca Lara y Miguel de Ribot


