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GORRAMENDI Y LA GUERRA FRÍA

En la cima de Gorramendi quedan algunas antenas de radio y de televisión abandonadas. Son los restos de la base que los norteamericanos instalaron durante los inicios de la Guerra Fría. Hoy, los buitres que anidan en el lugar se acercan en busca de carroña. Los montañeros se congregan allí para comenzar sus excursiones por la montaña. Los escombros que restan son la sombra de la construcción que fue muchos años atrás. Tan solo la memoria de algunos permite reconstruir ese episodio navarro en el que, esta vez sí, España pudo decir bien alto: “¡Bienvenido, míster Marshall!”.

 

En 1953 el poderío soviético crecía. El telón de acero que cayó sobre Europa del Este dividió al mundo en dos. Muchos países del entorno ruso abrazaron el comunismo y se convirtieron, junto con otros como Cuba o Venezuela, en estados satélites de la vieja Rusia. Mientras, la Unión Soviética se convertía en la némesis norteamericana. Eran tiempos tensos. Parecía que en cualquier momento iba a estallar una nueva guerra.

 

Necesitados de aliados en el viejo continente, los norteamericanos buscaron reforzar sus contactos en Europa. La dictadura española había sido repudiada y permanecía aislada tras la guerra civil. Después, durante la Segunda Guerra Mundial, los roces entre Franco y Hitler habían distanciado aún más al estado español de posibles alianzas europeas. Sin embargo, Franco temía la aparición de un enemigo mayor: el comunismo. En el imaginario del régimen, aquello era como volver al 36 y combatir a la izquierda. En 1953, se firmaron los Pactos de Madrid. El acuerdo dejaba a todos satisfechos: España recuperaba cierta relevancia en el ámbito internacional (aunque no demasiada), y se sumaba al plan Marshall, con el que los norteamericanos habían empezado a financiar la reconstrucción de Europa tras la guerra. Por otro lado, Estados Unidos conseguía el permiso del Caudillo para montar varias bases en el interior de la península. Las principales fueron la de Torrejón de Ardoz, la base naval de Rota, la de Morón (Sevilla) y la de Zaragoza. En Navarra, fue la de Gorramendi.

 

 

Brais Cedeira

Se construyó en 1954. De un día para otro, en Elizondo, el pueblo a los pies del complejo militar, empezaron a aparecer unos transportes inmensos, nunca vistos en la zona. Los estadounidenses instalaron unos radares de más de 40 metros de altura en la cresta que forman las cimas de Aizpitxa, Gorramendi, Gereztegui y Gorramakil. Con un radio de más de 325 kilómetros de alcance, permitían un rastreo exhaustivo. Era la llamada zona técnica. Los habitantes de la zona vieron volar por primera vez helicópteros que, cada día, llevaban la prensa y el correo a la base. Acostumbrados a lo rural, no estaban familiarizados con la tecnología, y mucho menos conocían todos aquellos artilugios que manejaban los norteamericanos.

 

La novedosa instalación les iba a permitir, por un lado, ofrecer ayuda a los F-86 destinados por el gobierno de Eisenhower en Zaragoza. Por otro, podrían detectar la presencia de aviones enemigos en el entramado aéreo español.Con los vehículos y las naves llegaron también los norteamericanos, que bajaban al pueblo para disfrutar de sus ratos de ocio. Como en la película de Berlanga, los elizondarras lo dispusieron todo para acoger a los soldados. El bar Mendi era uno de los lugares que frecuentaban los estadounidenses. En el valle recuerdan que su dueño, Miguel Gil, llegó a invitarles a cenar alguna Nochebuena.

 

La presencia yankee pronto se hizo notar en la sociedad elizondarra. En la base naval imperaba el american way of life y se usaba el dólar. También fuera de ella, la cultura norteamericana desembarcó de pleno en el valle. Para sorpresa de los habitantes, los soldados comenzaron a organizar en el campo de fútbol de Giltxaurdi (el antiguo terreno de juego del desaparecido C.D. Baztan) improvisados partidos de béisbol y fútbol americano durante los fines de semana. Algunos, como Ignacio Zaldúa, recuerdan aquellos días en los que jóvenes y altos muchachos paseaban por las calles de Elizondo mascando chicle y hablando en un idioma que no entendían. Mientras, las tabernas hacían el agosto durante todo el año. “Daban mucha vida a los bares y las cafeterías. Eran casi los únicos que bebían güisqui. De hecho, uno del pueblo montó un bar exclusivamente para ellos”, relata.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Además, la base proporcionó algunos servicios a la población local. Decenas de jóvenes baztaneses aprovecharon para hacer el servicio militar en la propia base; se presentaban como voluntarios. Ignacio fue uno de ellos: “El cometido que teníamos los sesenta soldados que estábamos allí era el de custodiar la base”. También algunos de los norteamericanos guardan buen recuerdo de su servicio en la zona. Dave Murray recuerda cómo aquel fue un trabajo maravilloso. Este soldado estadounidense permaneció en la base desde enero de 1970 hasta octubre de 1972. Según cuenta, era uno de los mejores lugares para la fuerza aérea. Allí, en Gorramendi, soldados como él pasaron algunos de los mejores años de su vida.

 

Sin embargo, a los diez años de su apertura, los norteamericanos comenzaron a desaparecer de la base. En 1964, pasó a depender el Ejército de Aire español. Durante los diez años siguientes convivieron militares españoles y algunos técnicos norteamericanos. En 1974, todo se voló con explosivos. Ahora solo quedan los restos de una construcción de ladrillo. Allí, los pastores de la zona buscan resguardo para los pottokas, pequeños caballos navarros.Aunque los escombros van desapareciendo, las historias permanecen en los habitantes del valle. Son los recuerdos de la época en la que la base baztanesa recogía los ecos de un mundo que estaba en conflicto. Un mundo de misiles, argucias políticas y dualidades. Un mundo dividido por la Guerra Fría.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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