
DE LA LIBERTAD A LA ETERNIDAD
Amanecemos a las 09.00 de la mañana en Roncal y nos disponemos a caminar entre dos países, como las Golondrinas que aquí vivieron hace un siglo. Gracias a su experiencia, sabemos que los mejores meses para realizar esta ruta son entre mayo y octubre.Conducimos por la NA-137 jugueteando con el río Esca que cruzamos sobre pequeños puentes varias veces. La carretera y el agua se desarrollan casi paralelos pero cada una serpentea a su antojo. “Otra vez cruzamos el Esca”, dice una voz de niño en el asiento trasero. Llegamos a Isaba, donde la unión de las aguas pirenaicas del Uztarroz y del Belagua forman el el Esca, que vertebra el Roncal con rumbo a tierras mañas. Después de 21 kilómetros con dirección Belagua, llegamos a la Venta de Juan Pito, regentada por la misma familia al menos desde finales del siglo XIX. Salimos de la venta por una senda muy bien preparada con señales blancas y amarillas de GR.
Pablo Ayerra
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Atraviesa durante los primeros minutos un hayedo umbrío y acogedor, y cruza después el arroyo que recorre el barranco de Arrakogoiti. El caudal permite sortearlo sin mayores inconvenientes. El camino va ganando altura a través de varias praderas. En el borde de una de ellas, al pie de un pequeño repecho, una estela de mármol blanco recuerda a tres veinteañeros fallecidos: Imanol García, Ion Hierro y Alberto Rica. “Buscando la libertad hallaron la eternidad”, se lee en la lápida. Probablemente la colocaron allí los otros cuatro compañeros que iban con ellos, quienes también acababan de estrenar la veintena, y que sobrevivieron al alud que les sorprendió en marzo de 1984. El inicio de las temperaturas cálidas y las grandes cantidades de nieve que aún quedaban fue la trampa mortal. El último de los cadáveres se encontró dos días después, mientras la agonía familiar esperaba en la Venta de Juan Pito, un banco de historias.
No ha sido el único accidente mortal en el barranco de Arrakoigoiti, una zona frecuentada por montañeros que se vuelve peligrosa cuando la cubren la nieve o, peor aún, el hielo. El camino vuelve a atravesar el riachuelo en varias ocasiones y llega finalmente a un collado herboso que ofrece magníficas vistas sobre Francia. Vacas y caballos pastan pacíficamente en la zona desde la primavera hasta el otoño. Nuestro camino se une en el collado a la GR-11, marcada con señales blancas y roja. Podemos continuar el paseo girando a la izquierda, hacia Lakartxela. El camino es estrecho, pero está bien dibujado: asciende en un cómodo zigzag, sorteando algunas rocas, hasta el collado que separa las cimas de Lakartxela (1.979 metros), a la izquierda, y Bimbalet, a la derecha. El trayecto desde la venta de Juan Pito hasta este collado puede suponer entre una hora y una hora y media, dependiendo del ritmo.
Desde el collado se intuye una de las rutas que utilizaban las golondrinas para descender hacia Francia. Se puede emprender el regreso hacia Juan Pito en ese punto, a atacar la atractiva cima de Lakartxela. En este caso, el camino también está claro, aunque las frecuentes nieblas pueden desorientar con facilidad a los excursionistas. Se va subiendo con una pendiente asequible pero continua hasta llegar a la cresta que recorre el macizo: a la izquierda queda la cima de Keleta (1.899 metros), más aérea y expuesta, y a la derecha Lakartxela. Los metros finales ofrecen unas vistas privilegiadas, aunque pueden suponer algunos problemas a las personas que padezcan de vértigo. Desde la cima de Lakartxela, adornada por dos buzones, el valle de Belagua se presenta como una verde pradera que parece estar dormido ahí abajo. Aquí, sopla el viento. En el horizonte quebrado se pueden distinguir las grandes cimas pirenaicas (desde el Anie hasta el Collarada en días claros) y Francia se extiende pacíficamente por el otro lado.
El camino de regreso es el mismo. La subida desde Juan Pito hasta Lakartxela puede rondar las cuatro horas, entre ida y vuelta. Después de la caminata comemos en la Venta de Juan Pito migas cocinadas al modo tradicional y chuletas de cordero asadas en fogón. Comida de monte, vino tinto y sobremesa.Tras recuperarnos, nos montamos en el coche para conducir por la NA-121 durante un kilómetro por donde habíamos venido. Inmediatamente después de cruzar el primer puente que nos encontramos giramos a la derecha, entrando en un camino de tierra. Avanzamos hasta aparcar el coche donde el camino queda cortado por el agua. Vamos en busca del dolmen de Arrko, que llegó allí 3.000 años que nosotros. Enseguida, un cartel nos da la pista.
De un pequeño salto cruzamos el riachuelo. Ayudamos a los niños. Andamos recto pocos metros y bajamos un pequeño montículo. Los niños van corriendo en cabeza. De repente, gritan: “¡Un caracol!”. “¿Tanta emoción por un animalejo?”, pensamos. Resulta que descubrieron la silueta de un caracol sonriente hecha con piedras. Si el resto de personas que fueron en busca del dolmen de Arrako tienen tanto respeto como nosotros, el barraskiloak sonriente seguirá allí.
Pero como esas no son las piedras que en un principio buscábamos, desandamos la colina y vamos hacia la derecha. Caminamos hasta una valla con un paso estratégico a la derecha. Sólo hay que mirar bien. Bajamos durante 50 metros una cuesta y encontramos la cavidad formada por una roca horizontal sobre dos verticales. Monumento religioso, funerario o guarida de los Mairus. Quién sabe. Los niños se adentraron en la cueva ingeniada por un hombre hace más de tres milenios. Juegan. Sacamos fotos. Nos reímos y hablamos de la caminata y de la comida. El sol empieza a caer y volvemos a Pamplona.




